Parecía que había muerto con la crisis de 1929 y que alguien se había olvidado de otorgarle su certificado de defunción. Colocó al sistema capitalista al borde de su extinción, de la que fue salvado por el resurgimiento de la ideología clásica aggiornada por J.M. Keynes. Resucitó de la mano de R. Reagan y M. Thatcher en la década de los setenta. Debería pensarse que, a partir de la crisis del Brasil, y no obstante el apoyo que recibe de los centros financieros, ha llegado el momento de efectuar las exequias del neoliberalismo.
De concepción monetarista, privilegiante de las variables monetarias por sobre las que se vinculan con la economía real, ingresó con fuerza en los países emergentes en el marco de la denominada globalización, concepto que en realidad se refiere a la nueva frontera ideológica que se consolida luego de la implosión soviética. Sin embargo, sus impulsores y defensores no advirtieron o no quisieron advertir la flagrante contradicción que existe entre la adopción de un régimen político, la Democracia, que es por definición un estilo de vida con igualdad de oportunidad para todos con un sentido profundamente solidario, y el Mercado, en el que el éxito depende ya no de los méritos sino del poder de negociación de quienes concurren al mismo.
En este encuadre somos testigos de un severo cuestionamiento a la economía como ciencia social, dado que hay serias dudas acerca de su aptitud para contribuir a la solución de los graves problemas que aquejan a la humanidad, las cuales están abonadas por los debates entre los economistas, que en no pocas oportunidades se efectúan desde posiciones francamente opuestas.
El privilegio que algunos otorgan al análisis macroeconómico constituye un enfoque unilateral además de insuficiente, toda vez que el presunto equilibrio atribuible a los «fundamentales» demuestra no garantizar ni el pleno empleo ni la justa distribución de los ingresos. El repliegue del Estado, exigido por el neoliberalismo, no es otra cosa que la pretensión de renuncia por parte de los gobernantes a su función específica: la de gobernar. Dicha función se deja a cargo del Mercado, al que se le atribuyen virtudes que no tiene, dada la ausencia de uno de sus prerrequisitos como es el de la libre concurrencia (lo cual no debe interpretarse como un rechazo a su rol en cualquier economía moderna). Claro está, con el control que debe realizar el Poder Político para evitar la presencia y acción de los monopolios.
Tanto la macro como la microeconomía son por sus consecuencias sociales lo suficientemente importantes como para quedar libradas exclusivamente a acciones privadas, sin las necesarias decisiones públicas. Lamentablemente, a la clase dirigente parece preocuparle mucho más la estabilidad monetaria que la lucha contra la marginación y la exclusión, cuyos antecedentes inmediatos son los altos niveles de desempleo, subempleo e informalidad laboral. Este cuadro no se revierte sin fuertes liderazgos y políticas públicas, apelando solamente a invocaciones voluntaristas.
¿Constituye esta afirmación un cuestionamiento al formidable edificio teórico en el que se apoya la Economía como Ciencia? En modo alguno. El mismo, originado en los aportes de clásicos como W. Petty (1623-1687), A. Smith (1723-1790), T. Malthus (1766-1834), D. Ricardo (1772-1823), K. Marx (1818-1883) y J.S. Mill (1806-1873), por citar sólo a los principales, da lugar a un modelo con fuerte apego a la realidad. La producción ocupa el lugar central.
Era una teoría lúgubre y con una alta cuota de resignación para las clases más pobres, siendo su expresión concreta la famosa «Ley de bronce de los salarios». Las apelaciones a leyes regulatorias del mercado por parte del Estado en defensa de los consumidores, y el intento de establecer principios de equidad en las finanzas públicas, destacan los caracteres de la economía clásica: su realismo, ya que se combina el compromiso con la producción, y la preocupación por los problemas sociales.
Parece oportuno mencionar que uno de sus precursores, William Petty, recomienda ya a mediados del siglo XVII utilizar las finanzas públicas para compensar las fluctuaciones en el nivel de actividad, anticipando en casi tres siglos a la Teoría Keynesiana, con el fin de evitar el paro involuntario1. Es en este autor donde se encuentran las primeras elaboraciones de la contribución al financiamiento del gasto público apoyadas en el principio de la capacidad de pago.
A mediados del siglo XIX se producen cambios culturales a los que la economía no resulta ajena. Como consecuencia del auge que adquiere el análisis matemático debido al avance de la física en momentos en que Charles Darwin (1809-1882)2 da a conocer su teoría sobre «El Origen de las Especies», adaptada al campo de la sociología y la religión con particular entusiasmo por el filósofo Herbert Spencer (1820-1903), otorgándole el sentido ético necesario para justificar al Mercado como el medio más idóneo para la selección de los más capaces.
Dado que los fenómenos que caen bajo el estudio de la Economía son susceptibles de medición y pueden ser expresados por funciones continuas, el uso del cálculo diferencial se coloca como instrumento indispensable, y da lugar posteriormente a la Escuela Marginalista. Entre algunos de los pensadores fundacionales del Neoliberalismo puede citarse a Cournot (1801-1877), Jevons (1835-1882), Menger (1840-1921) y Walras (1801-1866).
Por oposición a la Clásica, esta escuela tiene una concepción individualista y no social, idealista y no realista, caracteres propios del marco intelectual que arranca en 1860. Resulta un ejercicio muy simple encontrar estos rasgos en la mayoría de quienes adscriben a políticas económicas que privilegian al sector financiero de la economía y no al real, elevando al Mercado a la categoría de dogma al tiempo que descreen del Estado en cualesquiera de sus funciones para lograr la verdadera síntesis de los intereses sociales. Rasgos, en definitiva, que definen a los neoliberales.
- Raúl E. Cuello
- CLACSO. http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/
- Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
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El neoliberalismo una ideología contraria al equilibrio social