Goebbels y la propaganda del Tercer Reich

 

Arturo Pizá

 

 

goebbels

«Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad» 

Paul Joseph Goebbels

1897-1945. Ministro de propaganda del Tercer Reich bajo el mandato de Adolf Hilter.

 

 

La propaganda puede descubrir o encubrir, puede ser confiable o tendenciosa, seria o cínica, racional o emocional. Su fin último es convencer, pero a diferencia de la publicidad que ataca nuestros hábitos de consumo y autoestima, la propaganda compra la totalidad de la conciencia al reafirmar o cambiar nuestra ideología, nuestra identidad. Herramienta o arma, como se quiera, este elemento inevitable de la cultura de masas puede transformar lo inmutable o justificar lo inaceptable… puede atender un problema social o puede defender una teoría que se llevó entre las patas a más de 55 millones de personas.

Difícilmente Adolfo Hitler se hubiera encumbrado de la forma en que lo hizo, sin una maquinaria propagandística bien orquestada. El enano austriaco sabía que tan importante como la campaña de terror desarrollada por Himmler, era la de convencimiento fomentada por Goebbels. Así, la propaganda del Tercer Reich hizo posible un gobierno -fundado en la intimidación- que enalteció a un enclenque y lo disfrazó de dios. El nuevo Atila, gracias a Goebbels, convenció al pueblo alemán para que aprobara (y apoyara) la persecución judía, y para que aceptara con estoicismo la destrucción provocada por la guerra.

Para entender los métodos y alcances de la propaganda nazi, es necesario adentrarse en la historia de su creador, de la mente aguda que sentó las bases para seducir, sugestionar y manipular efectivamente a las masas.

Paul Joseph Goebbels era un tipo chaparro, delgado, de pelo negro y con una pierna más corta que la otra, muy alejado del genotipo ario que tiempo después ensalzó tanto. Ridiculizado y humillado durante su infancia, rechazado por el servicio de reclutamiento para combatir en la Primera Guerra tiempo después, compensó su «deficiencia física» con intelecto. Cínico, inteligente, solitario y radical, juró vengarse… y lo hizo.

Más que nadie, Goebbels fue el responsable de propagar y popularizar las ideas del partido nazi, inclusive antes de que llegara al poder. Con su refinada demagogia no sólo ridiculizó y atacó a sus adversarios, también conquistó a las masas con un plan de medios sumamente novedoso para su tiempo.

En sus diarios alguna vez escribió: «No hay necesidad de dialogar con las masas, los slogans son mucho más efectivos. Éstos actúan en las personas como lo hace el alcohol. La muchedumbre no reacciona como lo haría un hombre, sino como una mujer, sentimental en vez de inteligente. La propaganda es un arte, difícil pero noble, que requiere de genialidad para llevarla a cabo. Los propagandistas más exitosos de la historia han sido Cristo, Mahoma y Buda».

En 1933 los nazis llegaron al poder y Goebbels fue nombrado Ministro de Instrucción para el Público y Propaganda. De esta forma se convirtió en mandamás de la prensa, radio, cine, teatro y virtualmente todas las actividades culturales y científicas del Reich. De ahí en adelante utilizó su inmenso poder y torcida inteligencia para atacar a los supuestos enemigos del sistema y, en plan teleológico, glorificar a la raza aria.

Joseph Goebbels utilizó prácticamente todos los medios a su alcance para darle credibilidad al movimiento nazi, pero no sólo eso, midió consecuencias, tamizó información y teorizó sobre el fenómeno de la comunicación de masas al definir los puntos básicos de la misma: ventajas y desventajas de la información, público, opinión, canal, mensaje, respuesta, etcétera.

Además de marchas, mítines y actos oficiales, las ideas de Goebbels para «purificar el espíritu alemán» llegaron a la población en forma de programas de radio (ej. volksradio), producciones cinematográficas (ej.

«El triunfo de la voluntad» de Leni Riefenstahl), documentales antisemitas y de eutanasia, transmisiones de TV (ej. los Juegos Olímpicos), boletines de prensa y, por supuesto, pósters e impresos.

Bajo el mismo carácter totalitario, el Ministro de Propaganda condenó públicamente libros y textos escritos por judíos, izquierdosos, liberales, pacifistas y extranjeros.

Patrocinó la quema de títulos y el saqueo de librerías «sospechosas»; tan sólo en una noche se chamuscaron 20 mil libros considerados nocivos o inútiles para el pueblo teutón.

Para Goebbels «en la propaganda, como en el amor, todo es permitido para lograr un fin». Prueba de que no se andaba por las ramas fue la exposición de arte moderno llevada a cabo en 1937. La muestra El arte degenerado se anunció como «documentos culturales de la decadencia producida por bolcheviques y judíos». La exhibición incluía pinturas y trabajos confiscados por el Ministerio de Propaganda y pretendía ridiculizar a pintores como Picasso, Kandinsky y Kokoschka al comparar sus obras con cuadros realizados por enfermos mentales.

Durante los primeros años de la Segunda Guerra, de 1939 a 1942, el trabajo de Goebbels fue relativamente fácil. Mantener la moral pública en alto no requería de grandes esfuerzos debido a las exitosas campañas de guerra por parte de los nazis. No fue hasta la segunda parte del conflicto que el «pequeño doctor» probó ser un maestro en eso de moldear la opinión pública. A pesar de los intensos bombardeos y de las ciudades convertidas en ruinas, la propaganda invitó al pueblo alemán a no cejar, a no perder el espíritu e, incluso, a reforzar la confianza en Hitler.

Victoria o destrucción, así podemos definir su postura durante el último capítulo de la guerra. Inventó armas secretas y fortalezas impenetrables para que la gente, aún con una bayoneta entre pecho y espalda, siguiera creyendo en los corrompidos poderes de la svástica.

Al final, con la muerte de Hitler y la inminente llegada de los ejércitos aliados, Goebbels planeó su último acto propagandístico, quizá el más grande, quizá el más aterrador: mandó quemar todos los puentes de Berlín para que sus enemigos, al ocupar la ciudad, se encontraran con un paisaje verdaderamente desolador.

El primero de mayo de 1945, después de envenenar a sus seis hijos, Joseph Goebbels se dio un tiro en la cabeza. Cuentan las malas lenguas que sus últimas palabras fueron: «Seremos recordados por la historia como el máximo legado de todos los tiempos o como los criminales más terribles que el mundo haya conocido».

Algo es claro, al finalizar la guerra tanto los gringos como los rusos no solamente se hicieron de los planos para construir cohetes y aviones a propulsión, también se apoderaron de las ideas de Goebbels para justificar sus respectivas ideologías. Para bien o para mal, la propaganda del Tercer Reich le enseñó a los políticos y agitadores del mundo que más vale una mentira creíble que una verdad inverosímil. 

Rebelión.org – 19/5/2003

Desentrañando el proyecto «uribista»

Fernando Dorado

Popayán, marzo 1 de 2009

uribe6
El proyecto político de Uribe está en franco retroceso. Los intereses de las clases dominantes que él representa, han quedado al descubierto, principalmente, por efecto de las explosiones y movilizaciones populares que estallaron en el último semestre/08. Los crímenes de Estado (falsos positivos) que se descubren día a día también desnudan la esencia de la política de “seguridad democrática”, al igual que las evidencias del contubernio con el paramilitarismo y toda clase de corrupción. La crisis financiera y la recesión económica mundial están minando la credibilidad de la fórmula de la “confianza inversionista”.

Este hecho plantea nuevos retos a lasfuerzas democráticas colombianas. Un punto de quiebre está a la vista en la vida política colombiana. Ello exige una nueva actitud. Hasta ahora los partidos de oposición y los movimientos sociales se habían concentrado en desgastar la política uribista. Se requiere, una estrategia política y una propuesta adecuada para enfrentar esta coyuntura.

Para hacerlo es necesario conocer más a fondo el proyecto dominante. Hay que identificar la relación entre ese proyecto y el modelo económico y social que se ha establecido en las últimas décadas en Colombia. Dicho modelo ha asumido una forma particular aprovechando condiciones estructurales históricas. El bloque de las clases dominantes en el poder, incluyendo al imperio norteamericano (y otros “imperios” en formación), utiliza el “uribismo” para instaurar una forma específica de Estado (régimen) que responda a los intereses del gran capital.

¿Cómo ha evolucionado ese proceso? ¿Es importante analizar su desarrollo? Creemos que sí. Intentemos re-construir y re-leer, así sea en forma panorámica, esta etapa de nuestra historia.

Breve recuento histórico

En Colombia se materializó una alianza entre el gran capital internacional, los monopolios nacionales y las mafias de diverso carácter (burocrático, financiero, narco y paramilitar). Esa asociación es el sustento de un capitalismo depredador cimentado en la especulación financiera, la explotación de los recursos naturales y el impulso a una economía agro-exportadora implantada sobre la gran propiedad latifundista. Actualmente ese modelo utiliza el conflicto armado y la economía del narcotráfico como herramienta de intervención territorial, económica, social y cultural.

Por más de 20 años se avanzó en esa dirección. Se despojó de riquezas y territorios no sólo a comunidades campesinas mestizas, negras e indias[1], sino que se apoderó de los principales sectores de la producción y de las empresas construidas por empresarios y trabajadores colombianos.[2] Aunque fue un proceso violento, las clases dominantes mantenían una apariencia de democracia e incluso utilizaron el proceso constituyente de 1991 para legitimar sus acciones. Se pactó el reconocimiento en el papel de numerosos “derechos fundamentales” con la aprobación de una incisiva política acorde con los mandatos del FMI y el BM. Fue una atrevida combinación de “legalismo constitucionalista”[3] con pragmatismo neoliberal.

La resistencia, siempre presente, se acrecentó. Las tensiones políticas y sociales se agudizaron. Amplias movilizaciones y luchas sociales caracterizaron la década del 90 del siglo XX. La insurgencia se desplegó por todo el territorio nacional. La respuesta fue ampliar, fortalecer y legalizar el paramilitarismo. Surgen las Convivir[4] y las fuerzas paramilitares se unifican en las Autodefensas Unidas de Colombia AUC. La economía del narcotráfico termina financiando ambos bandos enfrentados. La guerra se degrada a niveles inimaginables. A finales de siglo (1998) se intenta un proceso de paz que no consigue avanzar por la oposición de quienes se lucran de la guerra pero también por una visión triunfalista de la dirigencia guerrillera.

El proyecto político “uribista”

En 1994 en una población de Antioquia se reúnen representantes de la elite intelectual, económica y política “paisa”[5] para diseñar un proyecto político de largo aliento. Más adelante se integran intelectuales surgidos de un proceso de involución de un sector de la izquierda “maoísta” radicalmente enemiga de las FARC.[6] Así se configura la ideología y el programa fundacional del proyecto “uribista”. Los puntos básicos eran: la identificación de las FARC como enemigo principal de la sociedad colombiana, la adaptación de las ideas modernizadoras aplicadas en China por Teng Siao Ping a la realidad colombiana, y la creencia absoluta en el papel predestinado de la dirigencia antioqueña para salvar y refundar a Colombia.[7] De allí surgió la tesis del “Estado comunitario”[8]. Esa fue su semilla ideológica.

Simultáneamente se desarrollan tres procesos socio-políticos que se superponen: a) aparición de movimientos cívicos locales y regionales; b) organización de hacendados y campesinos ricos para la lucha contra-insurgente, y c) resquebrajamiento de los partidos tradicionales y confluencia de seudo-intelectuales de derecha y de izquierda que se ubican en la línea de construir una “tercera vía”.[9]

Los movimientos cívicos locales y regionales

Seguir leyendo «Desentrañando el proyecto «uribista»»