Cinema Paradiso: Película de Giuseppe Tornatore, tres décadas.
jovencísimo Salvatore Cascio interpretó a Totò, diminutivo siciliano de su propio nombre real, un niño que vive por y para el cine. No es que haya mucho más que hacer en su pueblo, donde los hombres -incluido su padre- han partido hacia la guerra y la única alegría colectiva parece ser ir a gritarle un rato a la gran pantalla del Cinema Paradiso. Allí trabaja Alfredo (Philippe Noiret) como operador, proyectando las cintas a ese público entregado, deseoso de evasión. Él las mira desde la cabina, a través de un agujero, aprendiendo frases de Spencer Tracy o John Wayne que después irá soltando como pequeñas joyas de sabiduría. Sin duda, Alfredo y Totò estaban destinados a encontrarse y quererse. Les une una amistad preciosa, basada en su amor por el cine, que se va convirtiendo en algo más profundo: acaba ocupando la figura paterna ausente para el niño, mientras éste ocupa, a su vez, el espacio del hijo que nunca tuvo. Una relación que encajaba en las dos direcciones, y que nos regaló una de las relaciones más sinceras, divertidas y emotivas del cine.
Hacía 30 años que Salvatore no volvía a Giancaldo. No quería, no podía. La localidad siciliana que le vio nacer, crecer y partir le asustaba demasiado. Muchos recuerdos, personas y sentimientos que enterró en algún lugar de su cabeza al aterrizar en Roma. Y lo hizo, no por egoísmo, sino porque un buen amigo se lo pidió. Porque Alfredo, antes de marchar, le advirtió que no volviese jamás a ese pequeño pueblo de expectativas limitadas y fantasmas en vida. Que viviese como él no había podido, como no se había atrevido. Que intentase rozar, pues no es posible más que eso, los sueños que vivían juntos en las películas del Cinema Paradiso. Seguir leyendo «¿Por qué todo el mundo ama “Cinema Paradiso”?»