Jean Paul Sartre La Trascendencia del ego (1938)
(Fragmento resumen)
Decimos “Yo…”, y en esta afirmación creemos encontrar un sello de seguridad. “Yo hice”, “Yo dije”, y detrás de ello, invulnerable, siempre en su sitio como dios omnipresente, está el Yo de cada quien que parece ser origen y razón de toda cosa. El vértigo de una conciencia sin un Yo que la trascienda, el miedo a la simple espontaneidad, el deseo de ser –pese a nuestra gratuidad- los que deciden sobre sí hasta lo más mínimo: todo nos conduce, todo nos arroja a esa gran mentira, a esa cortina de humo que venimos creando para no terminar de convencernos por fin, que aquí adentro, no hay espacio para una cosa distinta que no sea nuestra nada…”
No basta con ordenar el mundo –aquello que se objetiva en la experiencia-, así que defendemos a toda costa el derecho de ser nosotros su sentido; nos aherrojamos, sin darnos cuenta, con un grillete voraz que lo consume todo: los afectos, las palabras, las acciones. Y he aquí que ese Yo que dictamina y elige, que es confianza en lo contingente, certidumbre en la errancia, no es sentido, ni siquiera evidencia de intimidad, es, por el contrario, uno más de los verdugos, otro de nuestros verdaderos enemigos, el más hostil falseador con el que podamos cruzarnos. El Yo es una existencia peligrosa, es el “certificado de muerte de nuestra conciencia”.
Texto tomado de: http://www.seminariodefilosofiadelderecho.com/