Política y movimientos sociales en un mundo hegemónico (Descargar Libro)

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Política y movimientos sociales en un mundo hegemónico. Lecciones desde África, Asia y América Latina. 

Boron, Atilio A.; Lechini, Gladys.

CLACSO 

https://www.clacso.org.ar/

, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires. junio. 2006. ISBN: 987-1183-41-0.

Descriptores Tematicos: Estado, Hegemonia, Movimientos sociales, Neoliberalismo, Nuevo orden mundial, Relaciones sur sur, Tercer mundo

 

INDICE
  • Introducción
  •  Parte I.
  • Las relaciones entre América Latina y Estados Unidos: balance y perspectivas
  • América Latina en el siglo XXI
  • Las derivas de la modernidad. El caso de África y del mundo árabe
  • Asia -Pacífico en el Nuevo Orden Mundial (Norteamericano)
  • El nuevo imperio y la nueva hegemonía norteamericana
  •  Parte II
  • Después del saqueo: el capitalismo latinoamericano a comienzos del nuevo siglo
  • Modelos cambiantes de la política en África
  • Seguridad humana en África: desafíos y perspectivas
  •  Parte III
  • Las nuevas configuraciones de los movimientos populares en América Latina
  • Resistencias y movimientos africanos transatlánticos
  • La cuestión agraria y el campesinado en África austral
  • Por qué los pequeños campesinos arroceros deben desaparecer en Sri Lanka?
  •  Parte IV
  • La cooperación Sur-Sur es aún posible? El caso de las estrategias de Brasil y los impulsos de Argentina hacia los estados de África y la nueva Sudáfrica
  • China, África y Sudáfrica. Avanzando hacia la cooperación Sur-Sur
  • La marcha de la integración en América Latina. El rol de las ideas, instituciones y políticas en el mercosur
  • Una Tricontinental del conocimiento: un espacio para la cooperación Sur-Sur

 

Visiones alternativas sobre el (des)orden internacional actual

(Fragmento)

Esta sección examina el papel de EE.UU. como potencia global y su impacto sobre la evolución política y económica de las tres grandes regiones del llamado «Sur» y, muy especialmente, la desarticulación política, económica y social que la imposición del modelo neoliberal ha tenido sobre las sociedades de África, América Latina y Asia.

En su trabajo, el sociólogo y político chileno Luis Maira Aguirre se ocupa de reseñar las relaciones entre América Latina y EE.UU. desde una perspectiva histórica. Tales relaciones son calificadas por este autor como asimétricas, dependientes y de una importancia secundaria para los formuladores de la política en Washington, que siempre han mantenido la convicción de que una gran potencia debe imponer sus criterios a las naciones subalternas.

El poder imperial norteamericano se estableció por etapas. El primer círculo de su expansión se encuentra en América Central y el Caribe a fines del siglo XIX y principios del XX. La política del «gran garrote» inauguró la primera fase de lo que habría de ser una activa y creciente presencia de Washington en América Latina. En las tres primeras décadas del siglo XX le siguió una combinación de «la diplomacia del dólar» con «la diplomacia de las cañoneras», lo que tuvo como resultado el establecimiento de férreos protectorados. Sin embargo, ya en la década del treinta, F. D. Roosevelt buscó establecer una relación más cooperativa a través de la «política del buen vecino».

La segunda etapa se inició con la «política de contención» del comunismo, propia de la guerra fría y que perduró hasta 1989. Esta política fue decisiva para determinar el perfil y contenido de las políticas actuales de la Casa Blanca hacia la región. En este período se produjo una fuerte expansión de la influencia norteamericana hacia el sur del continente, unida al establecimiento de un creciente control sobre las economías latinoamericanas y los gobiernos del área. La Organización de Estados Americanos (OEA) y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) fueron las expresiones institucionales de este proceso. Las diversas situaciones nacionales latinoamericanas fueron pasadas así por el tamiz de su impacto en el balance global entre EE.UU. y la URSS. Sólo dos de ellas tuvieron impacto global en la estrategia norteamericana: la revolución cubana de 1959 y el derrocamiento del dictador Somoza, aliado de EE.UU., en 1979.

Durante todo el período pocos fueron los proyectos globalmente, articulados desde Washington para la región en su conjunto: la «Alianza para el Progreso» del presidente Kennedy, la Política sobre Derechos Humanos del presidente Carter y la Iniciativa para las Américas del presidente Bush padre, que Clinton convirtió en la propuesta de Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Asimismo, y a pesar de la adscripción retórica de Washington a la democracia representativa, el gobierno de EE.UU. apoyó o propició el surgimiento de una oleada de dictaduras latinoamericanas en función de sus propios intereses de seguridad entre los años sesenta y setenta.

La tercera etapa se inició con el fin de la guerra fría y el incremento de la marginalidad y falta de significación de los países latinoamericanos para EE.UU. En tanto, la región ha experimentado transformaciones relevantes. A pesar de la instalación de procesos democráticos, las mayorías no han cambiado sus condiciones de vida, generándose un cuadro de desencanto democrático; la región se ha hecho aún más pobre (44% de sus habitantes) y más desigual, acentuando sus peores rasgos históricos. También se ha producido un aumento en la heterogeneidad social y productiva al interior de los mayores países, así como en la región en su conjunto, originando tensiones sociales y problemas de gobernabilidad. El autor identifica, no obstante, varias subregiones: México, Centroamérica, el Caribe, la región Andina y el Cono Sur, cada una de las cuales plantea problemas diferentes a la estrategia norteamericana.

De este modo concluye que sobre este trasfondo de desinterés norteamericano se están produciendo algunos cambios significativos en el espectro político de los países del área, lo cual podría eventualmente dar origen a nuevas oportunidades para redefinir la relación con la potencia dominante.

En línea con la contribución anterior, el sociólogo brasileño Emir Sader realiza una síntesis de la evolución política de América Latina en el siglo XX marcando tres períodos. En el primero, desde finales del siglo XIX hasta principios del XX, predominaron las economías primario-exportadoras, orientadas por la teoría de las «ventajas comparativas», junto a regímenes políticos oligárquicos. Estos se vieron progresivamente acosados por importantes conflictos sociales,
fruto del proceso de urbanización y los inicios de la industrialización.

Pero la crisis de 1929-1930 habría de provocar el reemplazo de casi todos los gobiernos del área a causa del desplome del patrón de crecimiento basado en las exportaciones agropecuarias o mineras. El siguiente modelo, gestado a mediados de los años treinta en los mayores países del área, estuvo signado por la industrialización sustitutiva de importaciones y generó nuevos bloques de poder en torno a las burguesías locales y sectores urbanos sindicalizados que expresaban el surgimiento de las clases trabajadoras. Este período culminó a mediados de los años sesenta con la internacionalización de las economías y la consolidación de las grandes corporaciones multinacionales.

El nuevo período, que presenció una disputa política entre tres proyectos diferentes –la alternativa socialista (ejemplificada por la revolución cubana), el nacionalismo militar (Perú) y la dictadura militar (Brasil)– fue introducido merced a golpes militares orientados por la doctrina de seguridad nacional. La crisis de la deuda a comienzos de los ochenta, que súbitamente engendró grandes déficits en las balanzas de pagos de los países del área, decretó la inviabilidad de los proyectos de desarrollo y cerró definitivamente el período «desarrollista», abriendo camino al modelo neoliberal. La década del ochenta fue justamente denominada «década perdida», y las hiperinflaciones que caracterizaron al período fueron abatidas con durísimos programas de estabilidad monetaria y de equilibrio fiscal. De este modo América Latina, se convirtió en cuna y laboratorio de las experiencias del neoliberalismo.

El combate a la inflación fue la piedra angular de la construcción política del modelo hegemónico neoliberal, y la minuciosa aplicación de las recomendaciones del Consenso de Washington fue promovida como el sacrificio obligatorio, si bien transitorio, que las economías dependientes debían hacer para estar en condiciones de retomar el crecimiento.

La segunda etapa del neoliberalismo se articuló con los procesos de democratización en marcha desde comienzos de los ochenta, y contó con la conversión de la socialdemocracia a este modelo.
La etapa siguiente se abrió con la crisis mexicana de 1994, a la que le siguieron la asiática de 1997, la rusa de 1998 y la brasileña de 1999. Los nuevos gobiernos latinoamericanos fracasaron al intentar mantener la política de ajuste fiscal, fuente de desequilibrio económico y financiero. El continente volvió a entrar en una nueva crisis, más profunda, probando que luego de dos décadas de programas de estabilización monetaria y de hegemonía neoliberal no sólo no se había retomado el desarrollo, sino que la cuestión social y la inestabilidad política habían empeorado considerablemente. América Latina
exhibe estados debilitados en el plano externo, prerrogativas soberanas radicalmente carcomidas, y cada vez menos legitimidad y capacidad de acción en el plano interno. Este se caracteriza por sociedades cada vez más fragmentadas y desiguales, con amplios sectores excluidos de los derechos básicos, con economías carentes de dinamismo propio en un contexto de creciente financiarización, que las convierte en blancos sumamente vulnerables de las periódicas crisis que afectan al sistema financiero internacional. Los conceptos de nación y soberanía, que fueron las bases de las relaciones sociales sobre las cuales se edificó el estado latinoamericano, fueron arrasados por el vendaval neoliberal de las dos últimas décadas del siglo XX. La explosión del endeudamiento externo, sumada al pasaje del modelo hegemónico del capitalismo del «desarrollismo» al neoliberalismo, favoreció la hegemonía del capital financiero sobre las economías del continente. La apertura al mercado internacional, la privatización de empresas estatales, la desregulación económica y la flexibilización laboral fueron en detrimento del capital productivo y del bienestar general de la población (…) 

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Honduras: Gorilas del siglo XXI

La Jornada

En lo que constituye un grotesco retroceso histórico, la cúpula militar de Honduras, azuzada por sectores políticos, empresariales y clericales reaccionarios, emprendió la madrugada de ayer un golpe de Estado, allanó por la fuerza la residencia presidencial, secuestró al presidente Manuel Zelaya y a varios integrantes de su gabinete, y expulsó al mandatario a San José de Costa Rica. Horas más tarde, el Congreso, dominado por la oposición de derecha, y los golpistas presentaron una falsa renuncia de Zelaya e invistieron como presidente a Roberto Micheletti Bain, hasta ayer presidente del órgano legislativo, y uno de los cabecillas de la oposición.

En lo inmediato, los golpistas lograron su primer objetivo, que era impedir la consulta electoral que habría debido realizarse ayer para reformar la Constitución y abrir la puerta a la relección presidencial. Ayer, en vez de urnas, en las calles de las ciudades hondureñas hubo tanquetas, uniformados, toque de queda y suspensión de las comunicaciones y de la electricidad; esos hechos dejan meridianamente claro el carácter autoritario, antidemocrático y regresivo de la inadmisible aventura golpista: independientemente de que los gorilas cuenten con el apoyo del tribunal supremo y del Legislativo, la democracia ha sido secuestrada por las armas.

Además de los brotes de resistencia ciudadana que se manifestaban ya desde ayer en Tegucigalpa, el cuartelazo ha suscitado el repudio continental: las expresiones de condena han sido contundentes y unánimes, y en un arco ideológico que va desde Caracas a Washington. Es lamentable, al respecto, que el gobierno mexicano haya dejado pasar toda la mañana de ayer antes de emitir, por medio de la Secretaría de Relaciones Exteriores, un comunicado de condena al movimiento golpista, y se haya quedado a la zaga de otros gobiernos del hemisferio, de las organizaciones de Naciones Unidas (ONU) y de Estados Americanos (OEA) y de autoridades europeas, como la de España. Debe destacarse, por otra parte, la reacción correcta e inequívoca del gobierno de Barack Obama, que expresó por dos voces –la del propio Obama y la de la secretaria de Estado, Hillary Clinton– su rechazo al golpe militar y su determinación de no reconocer a otra autoridad que la del presidente Zelaya.

Más allá de esa saludable toma de posición, el asalto militar a la democracia hondureña representa la primera prueba de fuego, en el ámbito hemisférico, para el nuevo gobierno estadunidense. No puede ignorarse que el nefasto papel histórico que ha desempeñado Washington en Centroamérica, y particularmente en Honduras, como promotor de golpistas, protector de oligarcas, usufructuario de bases militares y organizador y proveedor de grupos terroristas de ultraderecha, define ahora una responsabilidad particular de Estados Unidos en la tarea de impedir la consolidación de los gorilas hondureños y del gobierno espurio conformado ayer. Para la OEA, la situación es también todo un desafío, pues, de acuerdo con su carta democrática, tendría que empeñar todo su peso en lograr la inmediata restitución de Zelaya en el cargo presidencial.

Es fundamental, en este aspecto, que se niegue a los golpistas un margen de tiempo que podría resultar en la plena destrucción del sistema democrático; así ocurriría si las autoridades espurias lograsen mantenerse por lo que resta del periodo del presidente constitucional, que culmina a fines de enero del año entrante.

Al margen de ideologías y posturas políticas, lo que está en juego hoy en Honduras trasciende ampliamente las fronteras de ese país centroamericano y la disputa entre el proyecto popular de Zelaya y la oligarquía clasista, excluyente, autoritaria y antidemocrática; si los gobiernos y los organismos del continente permitieran la permanencia de los golpistas en el poder, se sentaría un precedente nefasto para las de por sí débiles, a veces balbuceantes y a todas luces insuficientes institucionalidades democráticas de toda la región, la cual podría emprender una regresión a los tiempos de las dictaduras militares, aquellos gorilatos que, en Centro y Sudamérica, barrieron con derechos básicos, asesinaron a cientos de miles de personas, impusieron el terror a las poblaciones e instauraron, en buena parte de América Latina, una era de barbarie.

 

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