De las Ciencias Políticas (I)

Jorge Gómez Barata

Argenpress info

 

Para comprender los procesos políticos contemporáneos no basta con consumir noticias. Además se necesitan conocimientos teóricos e históricos elementales, cierta metodología y convicciones firmes. Todo ello forma una estructura de filtrado ideológico que permite usar la información como vehiculo para la aproximación a la verdad. En ese ejercicio la honestidad intelectual de quien enseña o escribe es decisiva.

La naturaleza de las estructuras sociales surgidas mediante procesos históricos que condujeron a la división de las sociedades en clases y determinaron la existencia del poder, hace que no existan ni hayan existido nunca, en ningún país sistemas políticos perfectos ni gobiernos capaces de complacer a todos los ciudadanos. Tampoco hay líderes infalibles ni la razón se encuentra en una u otra doctrina. Probablemente tampoco en todas juntas. «La verdad es mezcla», además, es siempre concreta e inevitablemente dialéctica.

A las circunstancias objetivas rectoras del progreso humano se añaden grandes eventos que no fueron ni son espontáneos y que desplegados conscientemente, para beneficio de unos y perjuicio de otros, alteraron el devenir histórico, entre ellos figuran guerras, conquistas, actos de fe, anexiones, magnicidios, algunos lejanos en el tiempo, otros actuales.

Si bien las guerras y las conquistas territoriales son éticamente indefendibles, se admite que en épocas tempranas formaron parte de ajustes territoriales y demográficos constitutivos del proceso civilizatorio. Atila, Gengis Kan, Alejandro Magno y otros fueron protagonistas de sucesos que, a pesar de ser ejes de desplazamientos poblacionales y grandes tragedias humanitarias, contribuyeron a conformar el mundo de hoy.

Lo verdaderamente trágico es que cuando en Europa se había avanzado hasta formar los estados nacionales, el progreso cultural había rebasado el Renacimiento y la Ilustración y sus élites estaban calificadas para distinguir entre el bien y el mal, lo justo y los injusto aplicados a la política, aquellos primitivos métodos fueron utilizados conscientemente para conquistar, colonizar, saquear y explotar.

Las Cruzadas, la conquista y colonización de América, la ocupación y saqueo de África, el colonialismo establecido por las potencias europeas, el reparto del mundo asociado a la Primera Guerra Mundial y el neocolonialismo vigente todavía, aunque tuvieron algún significado para la aceleración del desarrollo de determinadas ramas, sus costos humanos y culturales las descalifican como aportes sustantivos al desarrollo de las civilizaciones.

No obstante, como resultado de ese contradictorio devenir, se establecieron determinados estándares o paradigmas que, aunque no son reconocidos unánimemente, se han incorporado a la cultura humana en forma de valores vigentes en una escala virtualmente universal, entre ellos figura la democracia.

La democracia no es una invención genial ni una trampa inventada por algunos pillos para engañar a la humanidad, sino un fruto del progreso cultural y un resultado de la búsqueda por la humanidad de formas de convivencia cada vez más coherentes con la condición humana.

Aunque existe la creencia de que se trata de un producto de la cultura occidental, en sus esencias más genuinas, la práctica de la democracia es común a todos los pueblos, a todas las culturas y a todas las formas de civilización. En todas partes los seres humanos, esencialmente gregarios, se organizan para convivir. Las diferencias y las contradicciones no desmienten la búsqueda de la armonía.

La democracia comenzó a concretarse cuando en 1776, en los Estados Unidos se produjo la primera revolución social en el Nuevo Mundo y en la Era Moderna, evento que dio lugar a la fundación de la primera república y al primer Estado de Derecho. Desde entonces la participación ciudadana tuvo un significado real y el poder de las elites gobernantes estuvo limitado por leyes. Los fundadores de aquella Nación levantaron también un paradigma.

Pese a las enormes carencias de aquel proyecto que no reivindicó los derechos de los pueblos originarios, no abolió la esclavitud ni emancipó a la mujer y, mediante una brutal expansión territorial que incluyó la compra de territorios habitados, la guerra contra los pueblos aborígenes y el despojo territorial de México, reveló vocación imperial, el paradigma funcionó, no porque la democracia americana fuera perfecta, sino porque era perfectible y, para comenzar, era lo menos malo.

Por condiciones históricas que maduraron por sus propios caminos, en la Francia de 1789 se produjo otra gran revolución que levantó las más bellas consignas elaboradas por el pensamiento político de todos los tiempos: Libertad, Igualdad y Fraternidad. La tercera de las grandes revoluciones, por cierto la primera y la única que en toda la historia humana realizada por esclavos, se produjo en Haití mas fue ignorada por Estados Unidos y combatida por la Francia Revolucionaria que la confrontó porque lesionaba los intereses de su burguesía y era protagonizada por negros.

No obstante en todo occidente los pueblos y sus vanguardias persistieron en la búsqueda de la democracia, en Iberoamérica mediante las gestas por la independencia y la constitución de republicas inspiradas en Estados Unidos y en Europa mediante revoluciones burguesas y un intento diferente que fue la abortada Comuna de París.

La instauración del capitalismo salvaje en Europa, las actitudes imperialistas de los Estados Unidos y la frustración de la independencia en América Latina donde las oligarquías tomaron las republicas como botín, comenzaron a desacreditar la democracia.

No obstante era tanta la fuerza de la idea y tan visible la ausencia de alternativas atractivas que, pese a los desmentidos y las frustraciones, que la aspiración a la democracia prevaleció. No hay ni hubo en la Era Moderna, ningún pueblo que dejara de aspirar a edificar sistemas políticos inclusivos en los cuales la organización social y el ejercicio del poder avanzara hacía status en los que prevaleciera el merito, la sabiduría, la elección y de algún modo las mayorías participaran en la conducción de sus destinos. La democracia y sus componentes básicos: el sufragio y las elecciones se practican en todo el mundo y allí donde faltan se perciben importantes carencias.

La democracia como la libertad y la justicia social, incluyendo la inclusión social, la justa distribución de la riqueza y la erradicación de toda manifestación de discriminación, incluso la eliminación de la explotación del hombre por el hombre son ideales y metas que empujan al género humano hacía adelante y hacía arriba y auspician el perfeccionamiento de las formas de convivencia social. El hecho de que en ninguna parte tales conquistas se hayan alcanzado plenamente, se manipulen por demagogos y oportunistas e incluso se les utilice como instrumentos de dominación, no son suficientes razones para rechazarlas o excluirlas de sueños y proyectos.

En la construcción del orden democrático, como en otras zonas del desarrollo social, asociadas al funcionamiento de los sistemas políticos, se expresa un desarrollo desigual, en ocasiones sumamente acentuado. Aunque lo hacen en una misma dirección, todos los pueblos no avanzan al mismo ritmo ni sus conquistas se consolidan del mismo modo.

No obstante la existencia de poderosas fuerzas que se han opuesto a la democracia y a sus modos de manifestarse, entre ellas el fascismo, las oligarquías y los dictadores que detentan el poder por la fuerza, todas las vanguardias políticas, de un modo u otro, incluso desde particulares ópticas, han promovido y promueven la democracia; todos los pueblos la practican o aspiran a ella y algunos, sin desmentir sus esencias, incorporan rasgos y fórmulas especificas.

Existen momentos o etapas en la vida de determinados pueblos en los cuales la democracia en lugar de con formas institucionales formales, se relaciona con el contenido real de las relaciones políticas, la existencia de metas compartidas y la legitimidad del liderazgo. Se trata de las revoluciones entre cuyas metas más altas suele figurar el establecimiento de genuinas democracias.

Italia: la mafia, en el poder

Editorial de La Jornada

La Jornada

 

Hace unos días, el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, pidió a una agrupación de jóvenes empresarios que impusieran un boicot publicitario contra el periódico La Repubblica, al que acusó de subversivo. En respuesta, el grupo editorial de ese rotativo, prácticamente el único en Italia que no ha sucumbido al poderío empresarial y político del gobernante, anunció una demanda contra éste. La medida no prosperará en tanto Berlusconi siga detentando la primera magistratura por una razón simple: la coalición legislativa mayoritaria, sometida al jefe de gobierno, impuso una ley que le concede una inmunidad que parece, en su caso, impunidad absoluta.

Por supuesto, La Repubblica no alienta la subversión, sino que se limita a cumplir su función informativa, y parte de ella está relacionada con la abrumadora corrupción y la exasperante descomposición moral que caracterizan al entorno de Berlusconi, sobre quien pesan numerosas acusaciones por toda suerte de delitos, y si a alguien cabe atribuir la condición de subversivo es, en todo caso, a él, pues mediante los poderes fácticos de su grupo –en el que las empresas mediáticas desempeñan una importancia estratégica– tomó por asalto las instituciones italianas y las puso al servicio de sus propios intereses económicos y de los de sus socios. Un dato adicional a tomar en cuenta es que, para el potentado y político milanés, La Repubblica no sólo representa el último bastión del periodismo independiente y crítico sino también un formidable competidor comercial.

Al leer lo dicho por Berlusconi a los empresarios acerca de La Repubblica –sería masoquismo dar publicidad a medios que hablan siempre de crisis– resulta inevitable recordar la frase tristemente célebre del ex presidente José López Portillo cuando anunció el embargo de publicidad estatal a la revista Proceso, a principios de la década antepasada –no pago para que me peguen–, y los atropellos cometidos desde instancias del poder público de diversas naciones –la nuestra, entre ellas– mediante la asignación o la negación discrecional de la publicidad oficial, como si ésta se pagara con recursos privados de los gobernantes y no con dinero público y sujeto, por lo tanto, a escrutinio, rendición de cuentas y criterios justos y equilibrados de distribución.

Al mismo tiempo que se empeña en amordazar al diario referido, Berlusconi debe hacer frente al escándalo desatado por la revelación de las actividades que tienen lugar en su lujosa mansión de Modugno, en donde el primer ministro y sus socios suelen o solían llevar a cabo fiestas sexuales con muchachas, menores de edad algunas de ellas, específicamente contratadas, al parecer, para proporcionar servicios sexuales a los invitados. En el contexto de este escándalo, delincuentes desconocidos incendiaron en la madrugada de ayer el automóvil de Barbara Montereale, una de las jóvenes que acudieron a las farras en la residencia de Berlusconi y que ahora es una testigo clave en la investigación judicial correspondiente. La agresión tiene toda la apariencia de un mensaje mafioso, enviado a Montereale por el entorno del primer ministro.

La descomposición institucional en Italia ha sido llevada a extremos gravísimos: hoy en día, en ese país europeo, el poder político, los poderes mediáticos y empresariales privados y los intereses mafiosos se concentran en una sola persona –Silvio Berlusconi– y el hecho constituye una regresión civilizatoria que no tiene precedentes en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Este escenario desolador podría repetirse en otros países –México, entre ellos– si no se establece una división legal clara, tajante y terminante a la incursión de los poderes fácticos empresariales –legales, o no– en la vida política.

http://www.jornada.unam.mx/

 

 

China: a treinta años de su despegue

Alfredo Toro Hardy

Rebelión

El año de 1979 marca el inicio de cuatro procesos fundamentales: el islamismo, el despegue económico chino, el comienzo del ciclo neoliberal y el punto de partida de Al Qaeda. Fue en esa fecha que la Revolución Islámica triunfó en Irán con Jomeini, desatando un movimiento que habría de transformar la faz del Medio Oriente. Fue también el momento en que se inició el proceso de transformación económica en China, bajo Deng Xiaoping, sentándose las bases para su vertiginosa expansión. También constituyó el año de la llegada de Margaret Thatcher al poder, con la consiguiente puesta en marcha del ciclo neoliberal. Fue, finalmente, el año de la invasión a Afganistán. Es decir, el conflicto que propició la formación de una jihad islámica anti soviética en la que 35.000 musulmanes radicales, provenientes de cuarenta países, se coaligaron. Allí quedó sembrada la simiente de Al Qaeda que tanta significación asumiría décadas más tarde.

¿Cuál de esos cuatro episodios puede marcar más profundamente al siglo XXI? El neoliberalismo pareciera haber llegado al final de su ciclo, lo cual hace que a pesar de sus efectos desbastadores no haya terminado siendo más que un fenómeno transitorio. Al Qaeda representa la introducción del terrorismo islámico en el torrente sanguíneo de los asuntos mundiales, algo sin duda altamente preocupante. Sin embargo, se trata de un proceso sobredimensionado en virtud de la paranoia que caracterizó a la Administración Bush. Seguir leyendo «China: a treinta años de su despegue»

Honduras ayer y hoy

Eduardo Rothe

Aporrea

Tenía 9 años y estaba en tercer grado cuando vi mi primer helicóptero, un Sikorsky con grandes letras USAF de la Fuerza Aérea de Estados Unidos pintadas en sus costados, que vino por encima de los árboles a detenerse en vuelo estacionario a unos 40 metros sobre el patio de recreo del colegio salesiano San Miguel en Tegucigalpa. Desde la puerta del aparato dos militares gringos, grandes y rubios como en las películas, nos arrojaron nubes de revistas de dibujos, «comic books» de excelente factura con historias de hombres y mujeres que con mucho peligro habían logrado atravesar la «cortina de hierro» para huir del comunismo hacia la democracia, guiados por «Radio Europa Libre».

Eran los tiempos de la invasión a Guatemala, desde Honduras, por mercenarios de la CIA que iban a derrocar, y derrocaron, al Presidente Jacobo Arbenz.

Año nuevo en la United Fruit

Noche de Año Nuevo en el puerto de Tela, en el Caribe hondureño, una pequeña ciudad en territorio de la bananera, calles limpias bordeadas de palmeras, casas de madera con cercas pintadas de blanco, estilo Zona del Canal en Panamá. El acontecimiento era la fiesta en el club de la United, a la cual mis padres fueron invitados por un matrimonio amigo, un ingeniero hondureño y su esposa. En el puerto estaba fondeado el gigantesco yate de uno de los directores de la United Fruit, que llegó borracho a la celebración del Año Nuevo, del brazo de una despampanante portorriqueña que tendía aspecto de no ser su esposa ni la de nadie. Se pusieron a bailar y siguieron sin parar hasta que, a media noche, la orquesta comenzó a tocar el himno de Honduras. El gringo siguió bailando. Estupor general. Un teniente del ejército hondureño, en uniforme de gala, se acercó a la pareja y le tocó el hombro al hombre: «Caballero, usted está bailando nuestro himno nacional». El gringo siguió bailando, y a la tercera llamada de atención respondió, por encima del hombro y molesto, que no entendía. El teniente se dirigió a la portorriqueña, quien tradujo. «I don’t care», no me importa, fue la respuesta del ejecutivo. El teniente se quedó paralizado, sin saber qué hacer. Luego caminó hacia los músicos, los apuntó con su pistola .45 y ordenó: «El Himno de los Estados Unidos». Se escucharon los primeros compases del «Star Spangled Banner» y todo el mundo salió a bailar… Luego vino la tángana y la fiesta de fin de año terminó mucho antes de lo previsto, con lámparas en el piso y comida en el cielo raso. Seguir leyendo «Honduras ayer y hoy»