Nicolás Maquiavelo : El Príncipe (Descargar Libro)

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Nicolás Maquiavelo (1469-1527)

maquiaveloNicolás Maquiavelo nació y murió en Florencia. Hijo de una familia de abolengo pero escasos recursos económicos, siguió el oficio de su padre, estudió jurisprudencia y a los 25 años logró ocupar un puesto en el gobierno florentino como secretario de la República De Los Diez.

El joven funcionario tenía grandes ambiciones, sustentadas en su vasta cultura – era un lector insaciable – y en su talento extraordinario para comprender los más sutiles asuntos de estado. En poco tiempo se le encomendaron algunas misiones diplomáticas en las que tuvo ocasión de poner en práctica sus concepciones políticas, lo mismo ante la temible Catalina Sforza que en la corte del monarca francés Luis XII. Si con la primera las negociaciones llegaron a un punto muerto y no hubo ventajas para nadie, con el segundo Maquiavelo obtuvo su primer gran triunfo.

Debe recordarse que aún no se constituía Italia como una verdadera nación. Estaba dividida en diversas repúblicas y ducados autónomos donde el poder quedaba en manos de ciertas familias, rivales entre sí. La situación no podía ser más problemática y los asesinatos, conjuras, revueltas, invasiones y despojos sucedían en forma vertiginosa; los aliados de hoy eran los enemigos de mañana, y la desconfianza era la norma más elemental en los manejos políticos. En medio de tales circunstancias el joven Maquiavelo empezó su carrera política, y sus conclusiones teóricas partieron de esa realidad concreta.

El mérito fundamental de Maquiavelo consistió en su habilidad para estructurar una teoría política con base en las experiencias cotidianas, al margen de toda concepción idealista. El príncipe, su obra maestra, ha tenido una trascendencia universal por constituir un verdadero manual para el ejercicio del poder. Se dice que, a lo largo de la historia, ha sido el libro de cabecera de Napoleón, Richelieu y muchos otros grandes políticos y estadistas.

No es de extrañar la amoralidad del celebérrimo libro si se toma en cuenta que Maquiavelo fue secretario de César Borgia, a quien puede considerarse su principal inspirador. En efecto, el escritor florentino estuvo al lado de César cuando éste convocó, con pretextos amigables, a los capitanes que habían rehusado servirle, y en seguida los mandó degollar. Maquiavelo redactó un minucioso informe sobre aquel trágico episodio, donde ya se advierte su manera de separar tajantemente la política y la moral.

De Principatibus

En 1502 el activo funcionario y diplomático florentino contrajo matrimonio con Marieta Corsini, quien le dio cinco hijos. La vida familiar de Maquiavelo no pudo ser muy feliz, tanto por su necesidad de viajar constantemente como por las dificultades económicas y los inevitables vaivenes de la política. La primera etapa de la vida de Maquiavelo estuvo caracterizada por una actividad incesante, motivada sin duda por su ambición pero, más aún, por un sincero patriotismo. Cuando las circunstancias cambiaron y Maquiavelo hubo de afrontar el destierro, la cárcel y la tortura, su existencia tomó un ritmo más pausado: la política activa fue sustituida por el trabajo intelectual. Curiosamente, el autor de El Príncipe no procedió «maquiavélicamente», tratándose de su persona, salvo cuando ya era un hombre acabado; por el contrario, puso toda su ciencia al servicio de otros que supieron aprovecharla.

En 1512, cuando los franceses fueron expulsados de Florencia, los españoles, aliados con el Papa, decretaron la abolición de la república y el retorno de los Medici. Maquiavelo no tuvo más remedio que abandonar su querida ciudad y retirarse de toda actividad política, buscando refugio en el pueblo de San Andrea in Percussina, donde tenía una pequeña casa de campo. Más no quedó a salvo pues, al año siguiente, fue descubierta una conspiración contra el régimen mediceo, capitaneada por dos jóvenes republicanos: Boscoli y Capponi. Para desgracia de Maquiavelo, su nombre figuraba en la lista de «colaboradores» que había elaborado Boscoli, y mientras se efectuaban las averiguaciones fue encarcelado y sometido a torturas. Los conspiradores negaron toda participación de Maquiavelo, incluso momentos antes de ser decapitados, por lo cual se le dejó en libertad. A partir de entonces comenzó su actividad literaria convencido de que jamás volvería a Florencia.

Maquiavelo redactó El Príncipe en el otoño negro de 1513; Los diálogos sobre el arte de la guerra quedaron terminados en 1516; Los discursos sobre la primera década de Tito Livio datan del año 1519; su exitosa comedia La mandrágora se sitúa en 1520 y ese mismo año inició Las historias florentinas por encargo de Julio de Médici, elegido pontífice de la Iglesia con el nombre de León X. Este libro marcó el acercamiento a quienes fueran antes sus mortales enemigos y, por única vez en su vida, Maquiavelo aplicó las teorías que desarrollara magistralmente en sus ensayos

, título latino que dio Maquiavelo a su tratado, expone en 26 apartados «qué es un principado, cuáles son sus clases, cómo se adquieren, cómo se conservan y por qué se pierden». Maquiavelo evitó componer un tratado voluminoso, como era lo usual en su época, confiriendo mayor importancia al fondo de las cosas que a las palabras. No sólo revolucionó la concepción del ejercicio del poder sino el estilo de toda la literatura renacentista: aunque de lenguaje escueto, casi lacónico, su libro no está exento de un tono vibrante y de una gran perfección formal. Se trata del primer libro que desarrolla técnicamente, y con un lenguaje apropiado, el arte de gobernar. Para llegar a una visión tan clara de la realidad política de su tiempo, Maquiavelo supo asimilar catorce años al servicio del Estado florentino, sin olvidar las experiencias que adquirió en sus frecuentes misiones diplomáticas y en la observación directa de príncipes y monarcas.

Libro tomado de: http://www.ataun.net/

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Triunfo de los pueblos amazónicos

Raúl Zibechi

La Jornada

Tras dos meses de intensa movilización, los pueblos de la Amazonia peruana lograron enfrentar exitosamente la represión de uno de los gobiernos más derechistas de América Latina, cosecharon amplia simpatía nacional e internacional y están haciendo retroceder los proyectos de privatización del pulmón del planeta.

Habrá un antes y un después del 9 de abril de 2009, día en que comenzaron los cortes de carreteras y las tomas de ductos que transportan gas y petróleo al exterior. Y habrá un antes y un después del 5 de junio, cuando la firmeza de miles afrontó la militarización y la masacre en la población de Bagua, cerca de la frontera con Ecuador.

Luego de la matanza, el gobierno de Alan García comenzó a dar marcha atrás con algunos de los decretos legislativos (DL) más polémicos. Primero se suspendió la aplicación de los DL 1090 y 1064 durante 90 días por parte del Congreso dominado por el oficialista APRA y los seguidores del procesado ex dictador Alberto Fujimori. El 1090, Ley Forestal y de Fauna Silvestre, deja fuera del régimen forestal 45 millones de hectáreas, o sea, 64 por ciento de los bosques del Perú, con lo que podrían ser vendidos a trasnacionales. Tampoco contempla que la mayor parte de las comunidades no han titulado sus tierras. El DL 1064, Régimen Jurídico para el Aprovechamiento de las Tierras de Uso Agrario, deja sin efecto el requisito de acuerdo previo de las comunidades para emprender proyectos en la Amazonia.

Días después, ante la férrea decisión de los pueblos amazónicos de seguir adelante con sus movilizaciones e intensificar las acciones, el presidente del Consejo de Ministros, Yehude Simon, se comprometió a derogar los dos decretos y anunció el levantamiento del estado de sitio en Bagua. Fue más lejos: el lunes 15 durante un encuentro con repesentantes indígenas en la provincia de Chanchamayo dio disculpas a los pueblos amazónicos y aseguró que el gobierno no vetará a la Asociación Interétnica para el Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP).

Pese a formar parte de un gobierno derechista, Simon es el paradigma del guerrillero convertido en hombre de Estado. En los 80 fue activo simpatizante del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), por lo que fue preso durante el régimen de Fujimori. Ahora decidió poner sus conocimientos sobre los movimientos sociales al servicio de las trasnacionales que buscan apropiarse de los bienes comunes: agua, biodiversidad, riquezas mineras, madereras e hidrocarburíferas. Pero está chocando con los mismos actores que en la guerra interna frustraron la expansión del MRTA y Sendero Luminoso hacia la selva, los pueblos que defienden sus territorios.

El segundo gran éxito de los pueblos amazónicos lo sintetiza Hugo Blanco en el editorial más reciente de Lucha Indígena: «Puede ser que el mayor logro de estas jornadas sea visibilizar esas nacionalidades, tejiendo lazos entre los diversos sectores del país, tan divididos por quienes nos dominan. Al defender la Amazonia están defendiendo la vida de toda la humanidad; y al no ceder ante los engaños del gobierno, están rescribiendo la historia, recuperando para todos el sentido de la palabra dignidad».

Las grandes marchas y los masivos paros registradas en todo el país el 11 de junio, incluyendo 30 mil manifestantes en Lima, la mayor concentración desde los últimos días del régimen de Fujimori, evidencian la solidaridad con los pueblos amazónicos y el aislamiento del gobierno de García. Los pronunciamientos de decenas de organismos internacionales, incluyendo algunos de Naciones Unidas, muestran que la simpatía traspasó fronteras.

De nada valió el intento del presidente peruano por culpar a Bolivia y Venezuela de instigar la protesta. No sólo acusó a los amazónicos de «terroristas», sino que sostuvo que esos países quieren evitar que Perú extraiga petróleo y sea competidor. Sus argumentos fueron pulverizados por la contundencia de la movilización. Los pueblos amazónicos consiguieron incluso que se instalara una mesa de diálogo sin frenar sus acciones. Cuando comenzó a sesionar el Grupo Nacional de Coordinación para el Desarrollo de los Pueblos Amazónicos, el 15 de junio con presencia de la Iglesia católica, las comunidades y la Defensoría del Pueblo, el gobierno sólo consiguió que los indígenas ampliaran de dos a cuatro la apertura al tránsito de la carretera La Merced-La Oroya-Lima.

La tercera enseñanza de esta movilización es que no importa la cantidad, sino la potencia. Los pueblos amazónicos agrupados en AIDESEP, son unas 300 mil personas pertenecientes a mil 350 comunidades, en un país que sobrepasa 28 millones de habitantes. Sin embargo, la justeza de su causa y la sólida decisión comunitaria de luchar hasta el final, haciendo de sus territorios trincheras y de sus cuerpos escudos, consiguió frenar la máquina de guerra estatal y granjearles simpatías en todo el país. Han mostrado que no luchan para negociar, para obtener algún beneficio sectorial o alguna demanda disfrazada de «derechos», sino para salvar la vida y evitar que la naturaleza sea convertida en mercancía.

Mostraron que cuando se pelea por la sobrevivencia, por seguir siendo pueblos, de nada valen los cálculos de costos y beneficios que han llevado a la crisis ética y política de buena parte de las izquierdas institucionales. Camino muy similar al que meses atrás caminaron los nasas de Colombia al poner en marcha la Minga por la Vida, también para evitar que el TLC con Estados Unidos los sepulte como pueblo al convertir sus bosques en monocultivos para biocombustibles. Estas luchas colocan en lugar destacado un necesario debate sobre el desarrollo y los bienes comunes, que algunos gobiernos autoproclamados progresistas, como el de Brasil, deberían tomar en cuenta si no quieren ser los sepultureros de la Amazonia y de sus pueblos.

 

Tratado de Lisboa y desregulación

Carlos Taibo

Público

 

Ahora que las elecciones al Parlamento de la Unión Europea –las mal llamadas elecciones europeas– han quedado atrás, entre nuestros dirigentes políticos siguen arreciando las declaraciones sobre el Tratado de Lisboa. Arrastran en su mayoría un franco alborozo por los progresos registrados en la ratificación del texto heredero del viejo tratado constitucional, acompañado, eso sí, de un inocultable desdén hacia quienes muestran escaso entusiasmo al respecto y en singular hacia los ciudadanos irlandeses que un año atrás decidieron rechazar el texto que nos ocupa.

Uno de los rasgos de la crisis en curso es que, mientras se denuncian algunos de los abusos que han cobrado cuerpo en los últimos años, se mantienen, sin embargo, los asientos legales e institucionales que deben permitir la preservación de esos abusos. No hay mejor retrato de lo anterior que el que aporta el mentado Tratado de Lisboa. Mientras nuestros responsables encomian las eventuales ventajas que aquel deparará en el terreno de una mayor cohesión institucional y política, prefieren olvidar lo que, con certeza, conduce a muchos ciudadanos a recelar del texto: su defensa aberrante de fórmulas desreguladoras que están en el origen, sin ir más lejos, de la llamada Directiva Bolkenstein o de la hilarante propuesta de una jornada semanal de 65 horas.

Las cosas las dejó bien claras el ex primer ministro francés Laurent Fabius, quien en 2005 se vio obligado a subrayar algo llamativo: el tratado constitucional entonces sometido a referendo en su país –las cosas no han cambiado un ápice con el Tratado de Lisboa– se refería al mercado en 78 ocasiones y hablaba de la libre competencia en 27, pero sólo en una oportunidad mencionaba el pleno empleo. Tal y como lo recordó por aquel entonces un colega, el problema mayor del tratado constitucional no era que cancelase todo horizonte de transformación revolucionaria: el problema principal estribaba en que cortaba las alas –lo sigue haciendo el texto aprobado en Lisboa– al proyecto histórico que cabe atribuir a la socialdemocracia consecuente; esto es, el de un Estado que interviene en la economía para garantizar derechos y socorrer a los desvalidos.

Para que nada falte, y sin que nadie muestre indignación alguna, asistimos a una nueva huida hacia adelante: políticos y líderes de opinión prefieren no preguntarse por qué la mayoría de los gobiernos de los Estados miembros de la UE se han inclinado por no convocar referendos en relación con el Tratado de Lisboa. La respuesta, claro, duele: porque tienen sobrados motivos para concluir que en muchos casos sus conciudadanos le darían la espalda a un texto que, dicho sea de paso, y en una farsa más, es en sustancia el mismo que muchos franceses y holandeses rechazaron en 2005.

Ante tantas miserias acumuladas, se impone una conclusión: en condiciones de quiebra de la legitimidad democrática y de descrédito de un modelo económico y social en crisis tras dos decenios de agresiones neoliberales, lo primero que deberíamos hacer es sopesar, en serio, si el Tratado de Lisboa es ese dechado de perfecciones que entre nosotros aprecian, con arrobo, socialistas y populares.

Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política

http://blogs.publico.es/delconsejoeditorial/221/tratado-de-lisboa-y-desregulacion/