García Márquez: El Otoño del Patriarca (Descargar Libro)

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Gabriel García Márquez  El otoño del patriarca  1975

Gabriel García Márquez ha declarado una y otra vez que El otoño del patriarca es la novela en la que más trabajo y esfuerzo invirtió. En efecto, García Márquez ha construido una maquinaria narrativa perfecta que desgrana una historia universal -la agonía y muerte de un dictador- en forma cíclica, experimental y real al mismo tiempo, en seis bloques narrativos sin diálogos, sin puntos y aparte, repitiendo una anécdota siempre igual y siempre distinta, acumulando hechos y descripciones deslumbrantes.

Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior…»
Así comienza esta historia de un país imaginario que se quedó sin mar porque los gringos se lo llevaron, un país cuyo dictador había gobernado sin interrupción de pensamiento por incontables años con una crueldad sin límites, que no tenía líneas en las manos, que tenía un testículo herniado tan grande como un riñón de buey, que nunca pudo poseer a una mujer a no ser al asalto con el uniforme militar puesto lleno de condecoraciones, el sable a la cintura y una espuela de oro en el pie izquierdo, que todos sus hijos, que fueron bastardos, nacieron sietemesinos, que dormía en el suelo bocabajo con el brazo derecho doblado bajo la cabeza para que le sirviera de almohada, que incluso el amor se encenagaba cuando pasa por sus manos, un país en el que nada ni nadie osaba contradecir su autoridad a excepción de «Manuela Sánchez de mi perdición», pobre entre los pobres y amante obligada, la única que se atrevió a burlar su poder, un país en el que el pueblo estaba absolutamente seguro de que nunca moriría el dictador, que sería eterno; un país en el que en la casa presidencial «a la sombra de los rosales nevados de polvo lunar dormían los leprosos y los paralíticos en las escaleras», toda una muchedumbre que rodea la figura del patriarca «desde los tiempos del vómito negro», un país en el que «Bendición Alvarado madre mía de mis entrañas» proclamaba en las recepciones oficiales «de haber sabido que mi hijo iba a ser presidente lo hubiera mandado a la escuela». 

Es posible que la soledad del poder no tenga mejor parábola que «El Otoño del Patriarca», una novela en la que García Márquez hace una crítica feroz a todas las dictaduras bajo las cuales parece que el tiempo no pasa, en las que el poder del tirano de turno se apoya en una inteligencia natural pero nada cultivada, pero al cual no se le escapa ni el más mínimo detalle de las cosas que ocurren ya que todo sucede según su capricho.

Libro tomado de: https://telesurtv.net/

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Argentina: El regreso de los años treinta

Carlos del Frade

Agencia pelota de Trapo/ Argenpress 

Crece la miseria en Capital Federal. Aumenta la población de sus villas. Parece una pintura de Vanzo. Parece una repetición de los años treinta del siglo veinte…

Será, entonces, una profundización de aquellas políticas reinantes en la denominada década infame, cuando los conservadores condenaban a las mayorías a una vida subhumana.

Sobre aquellos años, Ángel Perelman escribió: «Mi padre, como tantos otros miles de obreros, fue despedido de su trabajo. En los primeros años de la crisis muchas fábricas cerraban y creaban verdaderos ejércitos de desocupados. Aparecieron las Villas Desocupación y los Barrios de las Latas en Puerto Nuevo… La crisis económica me obligó a abandonar la escuela a los diez años, para ir a trabajar como aprendiz a en un taller metalúrgico. La explotación capitalista y la lucha de clases las aprendí primero en esa fábrica del año treinta que leyéndolas en los libros. Me pagaba un peso por día pero eran jornadas sin horario, salvo el de entrada que era siempre el mismo…».

El reloj de la historia atrasa.

Ahora es el regreso de los años treinta en el tercer milenio.

No se trata de una metáfora, sino de los resultados de un conjunto de decisiones políticas, económicas, sociales y culturales.

En los últimos dos años, la población de las villas miserias creció en un veinticinco por ciento.

Hay doscientas mil personas que intentan empatarle al día a día para saber qué significa el verbo vivir.

La información sostiene que en la villa 21-24, en Barracas, la población pasó de 13.500 en 2001, a 45 mil en 2009.

«Además de ser la más poblada, es la más grande, con 65,84 hectáreas; y una de las tres más antiguas, junto a las 31 y la 15, según un estudio realizado en 2007 por la Sindicatura General de la Ciudad. El mismo informe denuncia que hay un altísimo riesgo de accidentes, dada su cercanía con las vías del ferrocarril Belgrano. ‘Los maquinistas no ven y cuando llueve se aflojan los durmientes’, detalla el documento. Además, en la zona que está pegada al Riachuelo, las casas van desapareciendo por el efecto de erosión del agua», remarca el estudio.

Agrega la noticia que «la situación más grave está en los asentamientos, que son verdaderos campos de refugio porque no se pueden urbanizar», denuncia Pierini.

La diferencia con las villas es que allí, «las carencias son totales, las viviendas son aún más precarias y no hay suministro de agua potable en la mayoría de los casos. Y ni siquiera hay datos confiables que permitan trazar objetivos a corto plazo. Lo que sí está medido son los niveles de pobreza locales. Según un estudio del Centro de Estudios para el Desarrollo Económico Metropolitano (CEDEM), de septiembre de 2008, el 8,4 por ciento de los porteños vivía por debajo de la línea de pobreza y el 3,6 por ciento eran indigentes».

Los años treinta han vuelto.

No se trata de un enigma.

Es simplemente la política a favor de los que son menos y tienen cada vez más.